En Los Mochis surgieron voces y reclamos de inconformidad por lo que han considerado un sacrilegio: borrar el nombre de “Emilio Ibarra Almada” al estadio de béisbol que ha sido la casa de los Cañeros durante décadas. Los regidores levantaron la mano aprobando el cambio de nombre por el de una empresa gasolinera.
El béisbol moderno ya no está ahora nada más en el campo, sino también en las estructuras de los inmuebles. El nombre de Emilio no le reditúa ganancia alguna al club ni al municipio, y por esa razón les resulta conveniente adherirse al mercado que desde hace rato muchas organizaciones, principalmente en Estados Unidos y en el balompié profesional, ya realizaron esa transición.
Los aficionados mochitenses defienden los intereses de una cultura y patrimonio de la ciudad; los clubes sus bolsillos. Ellos saben, pero quizá no quieren entender, que el béisbol ha evolucionado en ese aspecto. La Major League tiene varios escenarios con nombres de patrocinadores. Y en México también.
Por eso no debe de extrañarnos que ese es el camino que al final de cuentas recorrerán todos, o casi todos, sin importarles lo que hicieron o aportaron aquellos personajes a los que en su momento honraron inmortalizando sus nombres en esos estadios.
No es el primero, como tampoco será el último caso que se registre en la Liga Mexicana del Pacífico. Recordemos que en Hermosillo se construyó un nuevo inmueble hace años, y que cuando muchos pensaron que se seguiría honrando la memoria del mejor pelotero en la historia de México como fue Héctor Espino, cuyo nombre llevaba el viejo parque, para las autoridades fue más práctico bautizarlo como Estadio Sonora, en aras de que, en poco tiempo, suceda lo mismo como el de Los Mochis.
En Obregón también se construyó un nuevo estadio y el nombre de Tomás Oroz Gaytán fue sepultado. El nombre del inmueble está un poco más asociado a las raíces de la ciudad: Estadio Yaquis.
Allá en la frontera el parque de los Aguilas ha cambiado más de nombre que el de un fugitivo que cambia de identidad para tratar de seguir eludiendo a la justicia. Muy recientemente en Guasave también hubo protestas cuando el club sacudió el nombre de Francisco Carranza Limón para que ahora se conociera como el “Kuroda Park”.
Cuando en Culiacán se inauguró el actual estadio, se pensó que continuaría con el nombre del general “Angel Flores”, pero no fue así. Recuerdo que cuando se inauguró, los boletos traían el nombre de estadio BBVA (firma de un banco), porque así se iba a llamar. La organización tuvo que dar marcha atrás cuando la autoridad municipal no aprobó el cambio, porque, dicen, ellos también querían su tajada porque así lo indica el reglamento. Mientras que se resuelve ese problema lo llaman el estadio de la Nación Guinda. Pero es casi seguro que muy pronto le caiga el agua bautismal.
Mazatlán y Navojoa siguen siendo más respetuosos a la identidad de su parque y más apegados a sus raíces y costumbres. Bueno, hasta el momento y no sé por cuanto tiempo. En la perla del pacífico se remodeló el estadio pero conservó su vetusto nombre. Sigue llamándose “Teodoro Mariscal”. Y la casa de los Mayos todavía se le conoce como el “Ciclón Echavarría”.
Pero el aficionado es leal. Nunca he escuchado decir “vamos al Nación Guinda. Cuando se trata de ir al juego dicen “vamos al Angel Flores”.
En Culiacán otros dos inmuebles cambiaron de nombre, pero la afición los sigue llamando por su nombre original, ignorando el nuevo. Por ejemplo, en el futbol, a la casa de los Dorados se le conocía como el “Princess Club” y no “Banorte”, mientras que al templo del boxeo lo llaman más por el Parque Revolución y no el “Juan S. Millán”.
Aquí encaja aquello de que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
